Sin salir de tu piel

Dar la vuelta al mundo
abrazado a tu cintura.
Abrir con mis manos
tus caminos,
alcanzar cimas
y descansar,
varado en tu cintura.
Sin salir de tu piel,
besar la orilla de tus playas,
que nada me importe
si no es dibujar con mi dedo
mi mejor paisaje sobre tu espalda. 

El espejo III

Ahora sé
que no habrá una mirada
desde la que saltar al vacío.
Ni amaneceres cuerpo a cuerpo,
en los que no hay guerra se gana
ni caricia que se pierde.
Que no me derramaré,
con el deseo de amarte intacto,
sobre el cálido manto
de tu pecho estrellado.

Ahora sé
que jamás mojarás mi lecho.
Que mi pelo enredado
nunca será el manto de tus desvelos,
y que no te guardaré entre mis manos.
Otro sol y otra boca,
dibujarán tu sonrisa en el espejo.

El espejo II

Ahora sé
que te apuré
en cada noche de duelo.
Que desandé mi camino
para cerrar heridas,
porque tu sonrisa obró el milagro
de convertir mi sangre en vino.

Ahora sé
que formaste con mi nombre
las letras de tu olvido.
Que tan solo fui el paisaje de arena
que arrasaron las olas
en tu última tormenta.
Que mi piel
nunca fue mapa en tus labios,
sólo lugar de destierro.

Ahora sé que no habrá un despertar,
porque nunca hubo un sueño.

El espejo I

Ahora sé que te amé
con esa fiebre animal
que azota los sentidos.
Dejando hablar a mis dedos,
alimentando instintos.
Y ahora sé que me amaste
a golpe de labios cerrados,
lejanos y certeros.
Como se desea la lluvia,
que acaricia la vida tras los cristales,
para alimentar el frío de tu alma
con mis retales.

Mi nombre, entre otros versos

Mi nombre, entre otros versos.

Llueve.

Llueve.
Sobre mi piel desnuda,
sobre mi eterna duda,
sobre ese silencio que me puede,
bajo esa tormenta que arrecia,
bajo mis carnales cimientos,
tras las mentiras que no cuento.

Llueve.
Sobre mi memoria vencida,
sobre la carne que un día amaste,
y que nunca volverá a ser mía.

Llueve.
Y el agua empapa hasta mi alma,
me trae tus manos,
abandono mi calma,
me envuelven los sueños
y, a través de mis dedos,
te hago mi dueño.

Bastará.

Bastará recordar tu aroma,
decir tu nombre,
evocar en mi piel
todas las promesas rotas.
Bastará con morir un poco cada tarde,
en el sereno momento
en que vuelva a encontrarte.
Bastará con sentir tu aliento
sellando mis heridas,
con encontrarte en mi sueño a cada paso,
con rehacer en mi interior tu cuerpo de barro,
con mirar tu vientre con mi lengua
agotando saliva y distancia.
Bastará con encontrar
mi lecho envuelto en calma.

Deseo que me ahoga.

Deseo que me ahoga,
que arroja mis sentidos
al abismo de sentirte mio.
Tiempo que se aleja,
que en tu cintura se para,
que dentro de ti enmudece.
Miedo que confunde
volar con saltar al vacío,
que muere en el campo abierto
de tu vientre en mi boca,
suave vino que rebasa mi copa.
Momento que se convierte en eterno
alejada de tus labios,
tu ayer borrado con mi boca;
tu cuerpo,
naciendo de nuevo en mis manos.

Amarme sin prisas

Deja que tiemble cuando acaricie
la resbaladiza humedad de tu tallo.
Que despierte,
enredada en no morir de placer,
si no cubre tu sombra
el blanco destello de mis labios.
Que marchita, vuelva a la vida,
cada momento en que tu memoria
de nuevo me deshoje,
para amarme sin prisas.

Estos labios.

Estos labios
deben probar el mejor vino,
sentir que
de cualquier piel que tocan,
son abrigo.
Estos labios
que te besan
y dan vida,
que no dan una noche
a tu lado por perdida…
Que guardan secretos
y recogen
los pedazos de mi cuerpo,
cada vez que se rompe
con uno de mis besos.

Resurrección

Llegar a ti
con el corazón
desterrado de mi pecho.
Con mi boca,
desgranada sobre tu piel,
en interminable rosario.
Y mis manos,
midiendo tu crecida
entre mis dedos,
en eterno rezo.
Llegar a ti
tras morir una vida entera,
para resucitar
en el trecho que separa
el primer beso,
del último latir de tus caderas.

Los siete pecados capitales: GULA

No me sacio,
no apago mi sed,
nadie soy
si no puedo albergarte.
Nada cobijo si no son tus instantes;
mis dedos leyendo tu piel,
tu carne, en mi boca, temblando.
Obsesión por regresar de ti,
para volver a amarte.

Los siete pecados capitales: IRA

Arrecia el temporal que  descompone,
que acecha, firme,
que abate con fuerza
y libera todas mis pasiones.
Que arrasa prejuicios,
libera temores
y alimenta deseos que se desatan.
Furia que desborda el alma.

Los siete pecados capitales: LUJURIA

El tiempo huye,
los sentidos se deshacen
y se desbocan las emociones.
Corres por mis venas,
savia eterna,
elixir que adormece...
Deseo de amarte
que nunca envejece,
que vacía mi cuerpo
y colma mis perversiones.

Los siete pecados capitales: PEREZA

Ensoñación,
vivir tu ausencia
sobre un lecho de carne viva.
Deseo de arrebatar a mi memoria
los instantes en que tu lengua
me habita,
y su acariciar,
lamiendo mis heridas.
Lento caminar de mi memoria...
Tu recuerdo, punto de partida.

Los siete pecados capitales: SOBERBIA

Me asomo al mundo
desde el húmedo balcón
de tus caderas.
Silencio espeso,
cuero que envuelve,
acero invisible
que convierte el alma en prisionera.
Me alzo libre y orgullosa
después de vaciar tu cuerpo,
vencido el deseo y la espera.

Los siete pecados capitales: ENVIDIA

Te despojo de las luces,
de las sombras,
de todo lo que amas
y nunca nombras.
Te desnudo
y albergo en mi piel
todas las miradas.
Brillarás en mis ojos...
Sin su destello, la nada.

Los siete pecados capitales: AVARICIA

Te ahogo entre mis labios,
con manos que arden
y someten,
te abarco.
Quiero que no recuperes la calma,
que todo esté en juego,
mis muros firmes,
tu espada en alto...
Hasta que mi boca
se apodere de tu alma.

Morir en tu piel, a fuego lento

Morir en tu piel, a fuego lento

Botella vacía.

Impredecible camino encontrar tu recuerdo en cada botella,
enfermar en cada trago
por no beber más licor que tu ausencia.
Incomprensible tristeza,
mi pecho herido
por los tragos de tu abandono.
Irremediable locura
ver mi cuerpo empapado
de tu saliva
dónde no hay más que noche oscura.
Inolvidable silencio,
mi boca entreabierta,
la cama desierta,
y el despertar al calor de una botella vacía.

De este paisaje.

De este paisaje
que es mi cuerpo

sobre una hoja en blanco,
no quedan más que tus caricias
en forma de palabras.

En mi pecho se dibujan
tus dedos quemando mi piel,
reventando de pasión
mis débiles costuras.

En mi cuello reposan
restos de tu aliento que me dan vida,
me cubren de bruma,
me mojan.

Mis caderas ceden, prodigiosas,
al empuje de tus vientos
y se marca en mis labios,
el lento paso de tu boca.

En el hueco de mis piernas
dónde duerme mi lujuria
esperando tu regreso,
me hablan a tientas
las sombras de tu deseo,
mientras me entrego a ti
para sobrevivir a mi locura.

 

Sentirte de nuevo

Detener el reloj,
cada vez que entre mis caderas
pierdes todas tus batallas.
En el instante que arrecia
el temporal desatado entre tu boca, 
y el aroma animal de mi sonrisa.
Entregarme al placer de recordar
el paso de la tormenta
que encadenó nuestros cuerpos.
Vivir al sentirte de nuevo. 

Todos tus mares

Al calor del momento
en que escriba mis versos
para no olvidarte.
De ese preciso instante
en que me convierta
en todos tus mares,
y mi memoria,
por fin,
te aprenda y descanse.

 

Encadenada

Encadenada
a tus besos ausentes,
como sutil cadena.
A ese no ser yo
sin estar en ti,
que me envenena.
Atada a dibujarte
en todos los paisajes,
mi eterna condena.

Morir sin tu cuerpo

Desprenderme de todo.
De temblores del alma
y viajes inciertos,
de deseos que albergo
y que te pertenecen.
Aun a riesgo que anegue mi alma
ese eterno morir sin tu cuerpo.
Aun a riesgo que al hacerlo,
me inunde el invierno.

Empapando tu piel, reescribiendo historias

Empapando tu piel, reescribiendo historias.

Ya no soy la mujer que fui.

Ya no soy la mujer que fui.
Se apagó en mi cintura
el fuego en el que ardiste
y que me llevó a la locura.
Mi rostro no es el mismo
sin morir a tu lado,
sin el calor de tus labios de arena.
Descubro el color gris del recuerdo,
y anegada de lluvia y deseo,
me desnudo de pena y de tiempo.
Ya no soy la mujer que fui.
Hoy regreso al mudo atardecer
de imágenes y silencio
y vuelvo a amarte,
esta vez,
vestida de invierno.

Seguiré siendo una extraña

Hasta que descubras
que se esconde bajo mi ropa,
si me entrego a mis perversiones,
que hago cada madrugada
con la piel que me estorba.

Hasta que conozcas
el olor del frío cuero,
el tentador roce
de unas medias que ahogan,
el temblar al gélido besar del acero.

Hasta que descubras
la mágica pulsión
del dolor que te lleva al cielo,
el dulce resbalar
de unas caderas que se empañan,
no me habrás conocido...
Seguiré siendo una extraña.

Sutil tormenta

Deja que mis labios susurren,
que convierta en niebla
el tiempo que no te tuve.
Deja que llueva sobre tus caderas
mi otoño deshojado de espera.
Haré de mis versos,
nunca derramados en otros vientres,
sutil tormenta.

Soñando infiernos

Instantes en que el mundo se aleja,
la noche se llena de luz,
y volver a empezar
e irremediablemente morir,
se asemejan.

Momentos con sabor a recuerdo,
distintos labios,
el mismo tropiezo.
Tono gris tirando a negro,
trazos gruesos,
tu lento pintar
sobre el lienzo de mi cuerpo.

Momentos no vividos,
soñando infiernos.

Se sueñan unos labios

Nunca hay vidas que nos hieren,
tan solo un dolor incierto
siempre que palpamos nuestra alma
y encontramos la cicatriz del silencio. 

Nunca se producen milagros,
como mucho, se sueñan unos labios
que se abren rompiendo la calma.
Un cálido despertar
envuelto en sábanas desechas,
espeso derramarse
en paisajes de húmedas paredes
y sonrisas entreabiertas.