Secar mi piel a tu aire.

Me acostumbré
a tener siempre tiempo para amarte,
a tu mirada como espejo,
a no vestirme si no de ti,
de la seda de tus anhelos.
Me acostumbré
a secar mi piel a tu aire,
a enredarme en los cordones de tus labios,
a abrirme a ti con los ojos vendados,
a vaciar con mi lengua
la copa de tu piel bebida de un sólo trago.
Me acostumbré a morir por tu deseo envenenada,
pero sobreviví a mi locura
y ya no te vi más,
sólo contemplé mi cordura.

Sin medida.

Sin medida,
sin lugar para esconderte,
sin más que una guerra vencida.
Sin miedo,
sin otro sabor que tus dedos
mezclados con mi sudor,
empapados tus labios,
despertando mi celo.

Sin leyes,
amando sin tregua,
derribando mis paredes,
sembrando mi cuerpo,
ardiendo tu vientre.

Amanecer sin nombre

Que nunca haya un encuentro
entre dos cuerpos,
que desesperados,
se sueñan.
Que el placer
que en íntima y tortuosa soledad
se vive,
renazca en un amanecer sin nombre,
en el que sentirnos libres.

Tu boca, pronunciando mi madrugada.

Tu boca, pronunciando mi madrugada.

Me perdí.

Me perdí
abrazada a tu cintura
y a todos tus instantes,
a surcar cada amanecer tu cuerpo,
incansable navegante.
A ese encerrar en mi boca
tus más ardientes despertares.
Me perdí
en las hojas caídas,
en el dolor de cada uno de los cuerpos
que esperaban, eterna condena,
tu llegada en todas las esquinas.
Me perdí en palabras
tatuadas en mi piel,
en once minutos más de cada vida,
en el viento del sur
que desataba en mi alma todas las tormentas.
Hasta que una noche, creyendo amarte,
acabé por encontrarme.

El otoño de tus labios.

Habrá que acostumbrar
cada pedazo de mi alma,
a ese despertar con sabor amargo.

Tendrá, el tibio sol que me despierta,
que despojarme de las horas inciertas
al mismo tiempo que deshace,
con su calor,
todas las dudas
que nuestras almas encierran.

Encontraré, quizás,
en todas tus vidas
y en el otoño de tus labios
las verdades olvidadas...
Como se encuentran las viejas cartas
en el fondo de un armario.

Puede que entonces
me desvista el viento,
se encuentren nuestras miradas
y se humedezcan, por fin,
mis sábanas blancas. 

Regreso al infierno

Dejo atrás las palabras
que hacia ti me llevaron.
Vuelvo a ese respirar incierto,
a las sábanas rasgando mi piel,
a esas noches de raso.

En el sinsentido
de este regreso a los infiernos,
albergo tu recuerdo
en cada trozo de mi carne.
Te veo en mis espejos rotos,
piel de luna menguante,
besos con la ausencia del calor
de caminar con los pies descalzos.

Imposible dejar de amar,
desgranar mi alma en nuevos versos.
Ya no cabe volver a soñar,
dejar de despertar
al amparo de otra árida espera.
Guardo tu mirada
envuelta en aroma de tinta seca,
tu cintura enganchada a mi alma,
tu boca en mi boca, deshecha.

Me quema tu carne.

Me quema tu carne.
Me llena de vida,
me hace vibrar.
Me adentra en un mundo
en que todo es posible;
matar por tu piel,
morir en tus brazos.
Sentir que no hay nada malo
en entrar a escondidas
en todos mis deseos,en cada uno de mis pecados.

El fiero despertar de mis instintos

Déjame hacer de ti
todos los amantes que imagino,
hambriento, devorar tu carne,
y dejar en tu piel el aroma
que antes reposó en una copa de vino.
Deja que ya no luche más
contra el fiero despertar de mis instintos,
que tu océano en mi boca
sea lo único que hoy me embriague.
Déjame vestirte con mi saliva,
encontrar lo que hasta hoy no fui,
en tu vientre como tormenta,
y que si la vida nos obliga,
nos amemos como animales.

Sin rozarme, me tocas.

Imaginar que cojo tu mano,
que siempre te amé,
que tu calor nunca fue extraño.
Sentir que mi respirar te evoca,
que, sin rozarme, me tocas.

En la liquida urgencia de tu boca

En la liquida urgencia de tu boca.

Encontrarte, mar abierto y tempestuoso

El verdadero milagro
es amoldar tus caderas a las mías.
Encontrarte,
mar abierto y tempestuoso,
en el lugar que antes ocuparon mis heridas.
Ver cómo tiemblas cuando te acuno,
y desenredar mis nudos
mientras me desato en tus embestidas.
El verdadero y sacrílego milagro
es que a ambos nos moje la lluvia,
y en ese momento,
enterrar en nuestro aliento enfebrecido,
todas las dudas.

 

Prendido en mis labios

 Cómo puedes hacer tanto daño?
Esconderte en todos mis pliegues,
obligándome a sentirte sin desearlo.
Cómo puedes permanecer
prendido en mis labios,
a pesar de que mi boca te niegue
y obstinado,
enredarte en este deseo que me enciende
 

Cómo puedes vivir bajo mi piel,
ser mi sangre,
y fluir con una fuerza
que desborda mis costuras.

Hacerme despertar,
mi alma hecha pedazos,
y mi pecho ardiendo,
tras soñar que bebo en tu cintura. 

Te contaré un cuento

Ven, te contaré un cuento
que habla de sábanas blancas,
de un gélido lecho que te espera.
En el que nacen deseos que arrebatan,
palabras que hechizan,
explosión de líquidos que se  derraman.
Ven, te contaré un cuento
que habla de labios que mezclan sabores,
y borran viejos nombres,
mientras las pieles despiertan.
Que te encerrará, para siempre,
en las hambrientas paredes
que se esconden entre mis piernas.

Sólo existió la nada

 

Dar la vuelta al mundo
sin  abandonar mi lecho.
Envolver en olvido
lo que ayer fue memoria
y hoy, el sueño del que despierto.
Saber, que entre el desvelar de mi cuerpo
y el palpitar de tu deseo,
sólo existió la nada.

 

 

Carne de tu carne

Labios que te recorren incansables,
que devoran hambrientos,
aquello que soñé amar
y lejos de tu piel no encuentro.
Que te convierten en agua,
que te llegan a ti insaciables,
y agotado el deseo me llevan al cielo,
sin abandonar mi lecho.
Carne de tu carne. 

Ahora que los silencios corrompen

Encontré las palabras más hermosas
y soñé que mi saliva
las escribía sobre tu cuerpo.
Hecho deseo,
te encenderás en los atardeceres
en los que antes ardieron mis versos,
ahora que los silencios corrompen
y de golpe,
la realidad me despierta.

Caer en el abismo de tu piel, sin freno

Caer en el abismo de tu piel, sin freno.

Desvestir mi alma sin tus manos

Cercado mi olvido
entre lo que fue sostener entre tus labios
todas mis sonrisas,
y desvestir mi alma sin tus manos,
a toda prisa.
Envolver miradas en un instante,
aferrarme a ese dejar de ser,
a desbordar ese mar que me consume
para no dejar de amarte.

El mundo en mis caderas.

El mundo en mis caderas,
mi piel como equipaje,
tu mirada,
mi estación de destino,
y este viaje sin vuelta,
mi carnal desatino.
Sin más vía
que este celo que me invade,
mi boca se deshace en tu nombre,
y el final de mis piernas se estremece.
Me acerco a ti,
sin tocarme, te siento.
Y lentamente, me quemo.

Tras haber inundado mi cuerpo.

Abatida.
Mi cama aún caliente,
mi noche de bruma,
tu cuerpo ausente,
en esta oscuridad que me envuelve.
 

Derrotada.
Mi piel anudada a un tiempo no vivido,
mi vientre sumido
en la cruel anestesia del olvido.

Alejada.
De lo que fueron tus besos,
de mis paredes ardiendo,
de ese enredarte en mi alma
tras haber inundado mi cuerpo.

Delirios. Aprendí a desnudarme con prisa.

Aprendí a desnudarme con prisa.

Delirios. Ni siquiera tu recuerdo.

Ni siquiera tu recuerdo.

Delirios. Para morir sin tu piel.

Delirios. Para morir sin tu piel.

Delirios. El tiempo de espera.

 El tiempo de espera.

Delirios. Para morir en mi boca.

Para morir en mi boca.

Delirios. Morir sin encontrarnos

Morir sin encontrarnos.

Me abandono.

Me abandono a ti,
a recuerdos que no fueron,
que resbalan sobre mi piel
aquella tarde de invierno.
Entre los restos de luz que deja el día,
te sueño en mis sábanas encendidas.
Y me abandono a lo que no vivimos,
a momentos en los que nunca el aire
acarició nuestros cuerpos,
tras apartar las cortinas.
A tu rostro jamás moldeado
con mis manos,
agotadas de deseo...
A ese tiempo muerto
que es no sentirte dentro.

Tan solo fue un sueño.

Arrasando mi cuerpo,
deshaciendo en mi memoria
retazos de una historia
que murió cuando te envolvió otro pecho.
Abarcando el deseo
de volver a sentir arder mis entrañas,
por el hablar sin palabras de tu lengua.
Dejando atrás el llover en todos mis rincones
de los que fuiste dueño,
alimentando mi lujuria
de lo que tan solo fue un sueño.

Libre.

Libre,
indómita,
carnal.
Animal en celo,
cuerpo que se ofrece
para morir en tu lecho.
 

Desnuda,
enloquecida,
sin rostro.
Instinto que me vence,
lujuria que me domina,
valor de amarte
que me convierte en suicida.
 

Certera,
herida,
acechante.
Calor de tu cuerpo ausente,
recuerdo que consume.
 

Insaciable,
radical,
insumisa.
Mi vientre en tu boca,
tu muerte entre mis piernas,
mi vida.

Carne ausente, humedad que azota el alma.

Carne ausente, humedad que azota el alma.

Cuando deje de amarte.

Deja que te desnude,
que pueda amarte,
que mi deseo a tu cuerpo se anude
y quede preso del sabor de tu carne.
Deja que sucumba a esta noche de luna llena,
al morir de la tarde
cada vez que tus labios me besan.
Deja que te conozca a través de mis sentidos,
que el sudor que te cubra sea el mío,
que me embriague tu sabor a vino,
que arranque telas,
levante vientos...
Deja que cuando deje de amarte
no conozcas tu cuerpo.

Te dibujo.

Te dibujo desnuda,
abierta a mis deseos,
encerrada en tu cuerpo libre,
trazando tus líneas a fuego
en mis noches desapacibles.

 

Te dibujo ardiente,
sin encontrar un color que te merezca,
tu inocencia y mi miedo
plasmandos en pintura densa.

Te conservo sobre mis hojas en blanco,
cuerpo y alma asomados
al vértigo de tu barranco,
de cimas, cuevas y recodos
elevados al cielo de mis manos.

Volar sobre ti.

Volar sobre ti,
sobre el espacio infinito
que forman los recodos de tu cuerpo.
Volar sin alas,
dibujando con mi pincel
nubes que se deshacen sobre tu espalda.
Desplegar mi piel hasta hacerla infinita,
hacer acopio de ti,
de tu abreviada locura,
de tu lengua empapada
en el despertar de mi cintura.

Despertar.

Despertar aunque no amanezca,
a pesar de no ser mi pecho
el reloj de arena
en el que tu boca se enreda.
Despertar en tu recuerdo,
al que me abandono,
sin remedio,
y sentir que tu cuerpo
me arrastra al invierno.
Despertar con el calor de mis manos,
con tu olvido en mi piel,
y el sabor de tu cintura quemando mis labios.

Locura.

Locura.
Sentimiento que me invade,
que me llena,
me vacía,
y me transforma en llamas
al paso hambriento de tus manos.
 

Locura.
Convertir en mi brújula
el latir de mi corazón apresurado,
abandonado a la vida
que me da tu boca,
al suave alimentarse de mi pecho.
 

Locura.
Sentir miedo,
sobrevivir bajo tu fuego
y alejarme,
noche a noche,
beso a beso,
del oscuro mundo de los cuerdos.