Acostúmbrate a mi piel

Acostúmbrate a mi piel.

De ti tengo hambre.

De tus besos,
de tus manos,
de todos los sueños
que te hacen esclavo.
De tus miedos,
de tus cielos,
de esta espalda que acaricias
para llegar a mi infierno.

De tu sonrisa,
escrita en mi piel a fuego,
y de esas curvas que se humedecen,
al deshacerse en tu boca.
De cada uno de los pecados
que me hacen amarte...
De ti tengo hambre.

Aquí me tienes.

Aquí me tienes.

Desnuda de tiempo y culpa,

vestida de sueños,

envolviendo cada una de mis curvas

en la lava ardiente de tus besos.

Aquí me tienes.

Con la urgencia de amarte

en cada poro de mi piel,

y mi pecho desbocado de deseo...

Con mis manos

acariciando el aire

al no poder besar tu cuerpo.

 

 

 

 

 

Al amparo de mis labios.

Mereces cada una de mis palabras,
hasta las que silencio.
Las que llegan a ti en forma de canción
o con el sabor a besos de otros tiempos.

Mereces mi mirada limpia,
mi cuerpo enredado
en tu más perverso sueño.
Que me ate a tu cuello,
que recuerdes el sabor del chocolateras
cada vez que huelas mi pelo.

Mereces que te haga el amor
cada noche hasta agotarme,
que tus piernas se enreden
al amparo de mis labios...
Hasta que el deseo te desborde,
y la pasión te haga olvidar
incluso tu nombre.

La piel que hasta ahora me cubre.

Llegué a abrazarte,
a rodear el altar de tu cuerpo
en febril delirio,
a acoger tormentas entre mis muslos,
a morir por empaparme
de tu vida en unos segundos.

Llegué a sentir que volaba,
que mi carne cubierta de tu aroma
era lo que daba fuerza a mis alas,
a recorrer el cielo cada noche,
sin abandonar el abismo de mi cama.
Llegué a vivir el sueño de arrancar
la piel que hasta ahora me cubría
para vestirme de humedad y arena.

Llegué ser lo que tus labios besaron...
Hasta que volví a no ser,
cuando me despertó la luz del día.

Creer que el mundo es perfecto.

Encontrar el tiempo,
acortar distancias,
y caer en el vértigo de probar tu carne.
Ver, en todas las marcas
que me dejó la vida,
el bálsamo de tu saliva como cura.
Saber que preciso sostener
todos los momentos;
embriagarme de ti,
no saciarme con cada intento.
Tu cuerpo en el mio,
volver a creer que el mundo es perfecto.

Mientras mueres en mis manos

Mientras mueres en mis manos.

Moveré tu mundo con mi dedo.

Moveré tu mundo con mi dedo.
Llenaré de sentido todos los instantes
que nos llevan al momento
en que gira el universo,
en que todo se convierte
en colores, gustos, sensaciones
que alejan tierras, acercan cielos,
y, en una sinfonía de jadeos,
unen cuerpos.

Déjame crecer.

Déjame crecer, fluir, expandirme,
hacer de mi cuerpo un mapa de grises.
Haz que me moje los labios,
que mi boca acaricie los cigarros,
que te sienta, aunque no te tenga,
que tu sabor sea mi saliva.

Vuelve, sin haberte ido,
moja mi piel sin tocarme,
hablame despacio al oído
y hazme creer que no ganó el olvido.

Desconozco tu cuerpo.

Desconozco tu cuerpo
a pesar
de haberlo
dibujado más de una noche
con el pincel tembloroso de mis dedos.

Desconozco tu cuerpo
aunque más de una tarde
sometí tu piel
a mi capricho
de bañarla en mil sabores.

Desconozco tu cuerpo
a pesar de ese recorrido
hacia ninguna parte,
de ese viaje,
a veces desganado, a otros sueños,
y a un espejo que refleja
impertinente,
tu imagen en todos los lechos.

Líquido manjar de noche y luna.

Saber qué se siente
al beberte sorbo a sorbo.
Conocer qué se esconde
más allá de tu figura,
líquido manjar de noche y luna.
Empaparme de ti,
de ese descansar en tu pecho,
con el agónico brillar de mis estrellas
como único lecho.

Siento.

Siento
tu carne
sobre mis labios.
La caricia de tu piel
me libera,
tu desnudez
hace que mi alma resbale.
Me convierto en agua
en un instante.
Llego hasta ti
sin ni siquiera
saber si amanece.

Quiero arrancar el blanco.

Quiero arrancar el blanco
de tu cuerpo.
Alejar de tu piel
el último adiós,
el primer te quiero.
Dejarte sin nada,
mojarte en mis sueños,
no tener más color
en tu mar o en tu cielo
que mis dedos de luz
levantando tus velos.

Hecho piel, en la punta de mis dedos

Hecho piel, en la punta de mis dedos.

El balcón de tus labios

Arder en invierno,
tu boca rozando mi espalda,
y tus manos leyendo mi pecho.
Ver, desde el balcón de tus labios,
el mundo sobre mi piel,
y sentir mi paisaje en tus dedos,
como lo único cierto.
Surcar nuestros mares ocultos,
sin importar que al amarnos,
bebamos veneno. 

Mojarte en mis sueños.

Quiero arrancar el blanco
de tu cuerpo.
Alejar de tu piel
el último adiós,
el primer te quiero.
Dejarte sin nada,
mojarte en mis sueños,
no tener más color,
en tu mar o en tu cielo,
que mis labios hambrientos
levantando tus velos.