sábado, 28 de enero de 2012

TU

Un lunes de treinta horas,
una noche de luna vacía,
un verano sin ducha fría,
un secreto  atronador,
un pacifista desertor.
Una llamada sin respuesta,
un carnaval sin enmascarado,
un tren en vía muerta,
un barco encallado,
un partido en fuera de juego,
un pirómano con miedo al fuego.
Un elefante sin memoria,
un político mileurista,
un circo sin trapecista,
un cadáver sin autopsia,
una guerra sin soldados,
un penal sin prisioneros,
un campo sin concentración.
Un dolor por un te quiero,
un rey republicano,
un sueño no cumplido,
un rapero asonante,
un silencio discordante.
Un cazador valiente,
una bruja durmiente,
un policía arrepentido,
un cura sin pecado,
un banquillo sin acusado.
Un adolescente centenario,
un gobierno sin ministerios,
un martes que no es trece,
un Jesús con treinta denarios,
unas botas sin su gato,
una cuchara fuera del plato.
Una mesa sin cuatro patas,
una senectud sin canas,
un corazón sin un latido,
un querer sin ningún sentido,
una viuda sin su duelo,
un perro paseando al dueño.
Una infidelidad sin mentira,
un desierto sin arena,
unas piernas sin sirena,
una botella embriagada,
un final que nunca acaba,.
los zapatos de un ciempiés,
ese monstruo al que no ves.
Un ceda el paso sin ceder,
un adiós para volver,
un sin querer,
un no lo siento,
un te amo pero miento
una cartilla sin racionamiento.
Un retrovisor para mirar adelante,
una fe que no mueve montañas,
un ayer que se disfraza de mañana.
Un sin ti pero contigo,
un invierno sin abrigo,
un no morir sin seguir vivo.
Un cristal que no me aísla,
un amor que no se entiende,
un traidor que no se vende,
la realidad es lo que vence. 

miércoles, 25 de enero de 2012

Recordaré todas las noches que amé sin decir tu nombre. Viviré de nuevo mil vidas encerradas en tu cuerpo. Cerraré todas mis puertas con la llave de tu memoria.


Camino bajo tus sábanas para estremecerme entre tus manos. Vivo para reposar, sin ropa interior, bajo tu cuerpo. Respiro profundamente para llenarme de tus caricias.

domingo, 22 de enero de 2012






Déjame acariciar tus pechos,
marcar las fronteras de tu cintura
y envolverme en tu cuerpo,
dueño de mi razón y de mi sentidos.

lunes, 9 de enero de 2012

SEXO OCASIONAL

Despierta aquella mañana con un cuerpo a su lado. Demasiado tiempo  sin recordar la comodidad de envolverse en calor ajeno, de sentir,  durante toda una noche otra respiración alternando múltiples formas.  Tras año y medio en absoluta soledad no deja de reconocer que la situación le resulta extraña.
Aquella tarde se vieron; tras casi un año de silencio  y desde el primer momento  sin necesidad de decir una palabra, ambos supieron que acabarían la noche juntos.
Por un momento le atenazaron los nervios, ella no recordaba apenas el resultado de la primera vez que se encontraron sexualmente, con la excepción de una sensación agridulce, desenlace de una cita insatisfactoria. Después de algunas cervezas y una conversación que sirvió para poner al día una amistad olvidada por la rutina, él la besó sin sorpresa y con bastante ternura. Ya en su habitación, que era como una prolongación de sí misma, se abrieron paso unos gestos relajados basados en un  conocimiento previo.
Él nunca olvidó sus pechos. Tenía ganas de volver a recrearse en su sabor y más de una vez los imaginó a través de la ropa que los ocultaba,  por eso el momento de tocarlos se revistió de urgencia. Ahí estaban, firmes y abundantes, más allá de la punta de sus dedos, que los abarcaban con dificultad y los amoldaban, primero al capricho de sus manos abiertas, más tarde a sus dedos que, impertinentes, presionaban sus pezones y, finalmente a su boca, que  los lamió una y otra vez hasta empaparlos y que acabó mordiendo mientras sus oídos percibían el aumento de sus gemidos.
No dudó en el momento de penetrarla y ella sintió, como nueva, esa sensación  que nacía de sus embestidas. No pasó mucho tiempo hasta que se deshizo dentro de ella sin pensar en nada que no fuese ese cuerpo en que se deleitaba y que, a fuerza de sentirlo suyo, le hizo olvidar cualquier cuerpo anterior. Finalmente, los gritos midieron la fuerza del placer que sentía, cuando notó cómo las paredes del útero se contraían para besar su pene, ahora que era imposible tenerlo en su boca.
A él hacía demasiado tiempo que su propia soledad le alejaba de todo lo que no fuese su trabajo, por eso,  cuando sintió aquella punzada que le impidió reprimir varios gritos, quiso saber cómo era beberse a sí mismo una vez vaciado por completo, cómo era arrancarse de otro cuerpo con sabor a  otra persona, cómo se sentía alguien cuando el placer era tan inmenso al tocar, al sorber, al cumplir los sueños…… La besó para conocerse a sí mismo y retener, por unos instantes, el sabor de aquellas horas que tantas veces imaginó en sus momentos de soledad. 
Se acariciaron, se comieron, se bebieron, durmieron uno al lado del otro y cuándo él abandonó su casa, ambos tuvieron esa sensación extraña que transforma a dos amantes ocasionales en dos amigos unidos por el sexo ocasional.

PURO METRALLA

No le daba miedo, como mucho, un poco de vértigo. La observaba en silencio y estudiaba sus movimientos cuando acudía a la cafetería donde ella trabajaba. Han pasado ya dos meses desde que la vio por primera vez y sigue soñando con sumergirse en esos ojos negros, con navegar entre los cabellos que se deslizan, caprichosos, hasta sus hombros, con rehacer su cuerpo hasta convertirlo en parte de su cuerpo; en definitiva: con despertar una mañana a su lado.
Aquella mañana se decidió a cruzar con ella algo más que un saludo formal acompañado de una sonrisa. Le preguntó, aprovechando la tranquilidad de la mayoría de mesas vacías, si le gustaba su trabajo. Ella, sin apenas mirarle, contestó que sí, que le gustaba la gente, y todo el mundo era, por lo general, muy amable. Ella giró sobre sí misma para volver a la barra y, de forma mecánica siguió con el juego que le hacía más llevaderas las largas jornadas laborales. Mientras preparaba el pedido de la mesa de aquel joven interiorizó el retrato que sus gestos, y ahora su palabra, le ayudaban a dibujar: tímido, noble, periodista o escritor (su pequeña libreta en la que escribía de forma compulsiva le delataba), cerebral y, eso lo añadió cuando puso sobre la mesa el bocadillo y el café con hielo que acababa de prepararle y se centró en sus rasgos, bastante guapo. Pasaron varios días hasta que el ritmo de trabajo les concedió una tregua para cruzar de nuevo imágenes uno del otro que les hacían sentirse extrañamente cómodos.
Fue un miércoles cuando, sin ninguna causa  que lo justificase, el joven dejó de frecuentar la cafetería. Desapareció dejándola, de forma inexplicable, sumida en la mayor de las soledades. El primer día se mostró nerviosa y pasó del estado inicial de inquietud ante la ausencia a una especie de tristeza que la colocaba al borde de un llanto que se convertía en angustioso ante la necesidad imperiosa de contenerlo. No tenía su teléfono y su ceguera le hizo olvidar su nombre, por lo que, cuando ya siete días dieron un golpe definitivo a sus esperanzas de volver a verlo, se convenció de que su ausencia era definitiva. Entonces se obligó a sí misma a rechazar esa sensación de que todas las mesas para ella estaban vacías cuando una de ellas no se llenaba con su presencia, a olvidar a aquel joven amable que se acercó a ella y la convirtió en princesa para, de pronto, dejarla sin trono y sin sonrisa.
Ensimismada en su recuerdo pasaba las horas en un trabajo que de pronto se hizo agotador, hasta que un día, sus ojos volvieron a descubrir su sonrisa. Disimuló su alegría disfrazándola de monosílabos hasta que él le confeso que su trabajo, de forma inesperada, le alejó de la ciudad durante una semana que se le hizo especialmente dura porque sus ojos negros y sonrisa de vértigo, le habían hecho perder la cabeza.
Ella no le dejó continuar, lo besó porque el miedo a perderlo la obligaba a probar el sabor de sus labios antes de que sucediese. Fueron a su casa, un pequeño apartamento en el extrarradio y no se dieron tiempo para nada que no fuera amarse. La desnudó lentamente y nunca imaginó que su piel le invitaría a recorrer ese cuerpo una y otra vez sin agotarse. La acarició con la urgencia de un adolescente, mientras la besaba una y otra vez. Su cuello, delgado y suave, marcó el camino de su boca hacia el resto de sus límites, que se le antojaron infinitos, y aprendió de memoria la forma de sus pechos de tanto besarlos. Moldeó a capricho su entrepierna hasta someterla al dictado de su lengua, navegó por su espalda para memorizar el sabor de caramelo de esa piel aterciopelada. Acabó de sentirla cuando le demostró, sin reprimirse, que nunca otro cuerpo le ayudó a mover el mundo.
Ella entendió que aquella tarde no era más que dos cuerpos meciéndose al ritmo del hambre de conocerse, le dejaba hacer mientras moría porque esos besos, esas caricias, esas ganas irrefrenables de alimentarse de él, fuesen el principio de una canción que empezaba a tomar forma.
Ninguno de ellos supo el tiempo que dedicaron a conocerse a través de sus sentidos, cuando ella se levantó para recoger la ropa que reposaba en el suelo del comedor, vio la libreta y al abrirla leyó una frase que quiso imaginar que era para ella. Sobreviviría en este mundo hecho pedazos, si hubiera pasado tan solo una noche entre tus brazos.

sábado, 7 de enero de 2012

Salvación (Original de Jana Moravia)

Miró al cielo y vio la luna pintándole la cara de palidez nocturna. Sus grandes ojos verdes no se distinguían, como si viviera una antigua película en blanco y negro. Seguía corriendo por el parque, huyendo de una sombra de sonoros pasos. Le oía respirar tras de sí, acercarse. Entró en un portal y vio un chico salir de la portería. No llegaba a los 20 años. Se abalanzó sobre él y le besó apasionadamente. El chico, sin entender nada, se dejó hacer. Casi se caen al suelo del impulso, pero él la sujetó fuerte. Ella alcanzó a ver por un reflejo que la sombra se detenía ante el portal, miraba en su interior y pasaba de largo. Se relajó. El chico lo notó y suavizó su abrazo. A pesar de ello, notó el palpitar de su pecho, su respiración más tranquila y su mirada de agradecimiento. Se saludaron y entraron en la portería. Conversaron, bebieron, rieron y se besaron en el sofá. Se fueron al dormitorio y ella, casi 10 años mayor que él, le tiró en la cama. Se quitó la camiseta y a él se le abrieron los ojos. Pasó sus manos sobre sus pantalones, buscando, rozando por encima del vaquero. Se lo quitó y se subió ella la falda, sentándose encima de su vientre.  
Ella tenía todo el control. Su cuerpo se balanceó adelante y atrás, acariciándose con la piel del chico. Le notaba crecer poco a poco pero no quería parar. El movimiento rítmico se aceleraba y ella comenzó a jadear tras una intensa y sensual respiración. Él quiso cambiar, pero ella le mantuvo inmóvil sujetándole los brazos y acercando el rostro del chico a su pecho. Él lamió, mordisqueó y acarició lo mejor que pudo. Sus vientres siguieron dialogando superficialmente durante un buen rato y él la ayudó moviendo sus caderas a más velocidad. Sudaban. Gemían. Se miraban a los ojos cuando ella empezó a notar el temblor en su vientre. Él notó el corazón de su amante palpitar cuando se dejó caer sobre él, temblorosa y sonriente. Le besó y saltarina fue hacia la ducha. Tan solo acababa de empezar.

Gracias Jana.

martes, 3 de enero de 2012


Hasta que mi cuerpo carezca de límites