Atrapada en mis delirios

Atrapada en mis delirios,
en ese no ver más allá
de tu vientre,
ardiente copa de vino.
Hecha de nuevo,
moldeada a fuerza de mil manos,
de cuerpos fríos, de breves encuentros,
de deseos volcados.
Recubierta de una piel que, para olvidarte,
me convierte en amante precisa,
en camas deshechas sin ganas,
en relojes sin horas, con prisas.
Expulsada de tu lecho como Eva del paraíso,
caderas ausentes, deseos dormidos,
vagando sin rumbo por bocas ajenas,
abarcando en cada una de mis noches
lo que ayer fue tu recuerdo y hoy es mi olvido.

Entre mi cuerpo y mi alma

Entre mi cuerpo y mi alma
no hay paraísos perdidos,
no se desatan tormentas
ni se pierde la calma.
Entre el deseo y el tiempo
que, perezoso,
entre nosotros se derrama,
no hay cenas compartidas,
sólo camas vacías
que eternizan madrugadas.
Entre tu piel y mi boca,
tu vientre; tierra de nadie,
me envuelve el deseo nunca saciado,
lugar en el que mueren todas mis derrotas.

Esos momentos

Esos momentos
en que me siento tu piel de seda,
en los que el invierno no me roza,
en los que alcanzar el cielo de la espera
fue mi recompensa.
Esos momentos
en los que el tiempo se detiene,
en lo que ya nada es lo que era,
en los que la piel se deshace en primaveras
y en los que el universo nos mece.
Esos momentos
en los que mi cuerpo ardía,
en los que tus manos en mi cintura
convertían en marea el morir de los días,
en los que dejé caer mi ropa
para que sólo me vistiese tu boca.

Seré la luz.

Seré la luz que ilumine tu lecho,
la piel que brille en tu ausencia
esperando tu regreso.
Me desnudaré en tu despedida
conjurando miedos,
para evitar que mi deseo
y tu recuerdo languidezcan.
No creceré,
a pesar de enredarme en tu memoria,
ni volveré a sentir calor
si no encuentro tu cuerpo
en lugar de abrazar mi sombra.

Deja.

Deja
que rasgue tus cuerdas
con mis dedos de fuego,
que encuentre
la melodía secreta
que se oculta en tu cuerpo.

Deja
que tu espalda y la mia
sobrevivan al silencio,
y creen la profunda armonía
de recorrerse nota a nota,
con nuestras bocas
como instrumento.

Deseo que me invade

Deseo
que me invade,
que domina mi alma
y azota mi cuerpo.
Desnudez que despierta instintos
y recrea lo que apenas fueron sueños.
Soledad que me arrastra
a un mundo de desencuentros,
ausencia que engaño
con el dulce acariciar de mis dedos.

Mi vientre se rinde.

Mi vientre se rinde
a tus labios,
y te alimento con mi espada
que aun dominada
te vence,
renazco al entrar en ti
y respirar con un único aliento.
Cruzo el umbral del placer
y me rindo
después de morir
en cualquier rincón de tu cuerpo.

Escojo.

Escojo
que ni siquiera
el sol me toque
cuando no lo hagan tus manos,
que ni el aire me roce
si antes
no lo hicieron tus labios.

Escojo
no alimentarme
si no es con tu boca,
no encender una vela
si con ella no se ilumina,
junto a tu cuerpo,
la noche.

Quiero.

Quiero eliminar las distancias
con mi cuerpo en tu cuerpo.
Sin medidas,
sin recuerdos,
sin viajes de otros tiempos.

Quiero que llegue el día
abrazada a tu pecho,
para olvidar todas las guerras
en esta tregua de invierno.

Que tu lluvia moje mis tierras
y mi piel se convierta en hierba,
que la luz de nuestras siluetas
acabe con las tinieblas.

Serás.

Serás
mi único mandamiento,
mi credo palabra a palabra,
mi carnal evangelio.
Serás
mi religión más profana,
mi noche sin abstinencia,
mi pecado,
y mi confesión cada mañana.

Me dejaron tus manos.

 

Me dejaron tus manos,
y el miedo de morir de frío
pudo más
que el dolor del abandono.

Me desnudé de tu paisaje,
me convertí en otro lienzo,
pero no reinó de nuevo
ninguna luz cálida en mi desierto.

Abrí mi cuerpo sereno
al color de otros pinceles,
otras bocas,
otras lenguas
se plasmaron en la noche
y en cada una de mis pieles.

Ya no encuentro palabras
ni te deshago en mis versos,
trazo mi agonía sin colores,
mientras tu amanecer
se escurre, poco a poco,
entre mis dedos.

 

 

Me deshago de todas mis formas.

Me deshago de todas mis formas
cuando me acerco a la locura
de imaginar tus besos.
Caigo en el pozo de sobrevivir,
sin más heridas,
a tu recuerdo.

Con mi carne abierta,
y alejada de toda cordura,
te veo en cada uno de los gestos,
en todas las miradas que se clavan, certeras,
en mi pecho.
Me hundo en mis entrañas,
y no reconozco dentro de mí
más huellas
que las dejadas por tus dedos.

Dos formas de mirarte.

Dos formas de mirarte:
tras la máscara
que esconde mis instintos,
o tras el muro de piel
que alberga mi deseo.
Robé mil almas
para llegar a conocer tus perversiones.
Me revelo a ti
tras dejar atrás otros bailes,
otras emociones.
Siento cómo arde tu piel
y cómo vacías tus sueños
mientras me despojas
de todos mis disfraces.
Me hundes entre tus piernas
y, al mismo tiempo que mueres,
renaces.

Sobre mis labios.

Sobre mis labios,
frío acero que templo con mis besos.
En mi cuerpo,
el ardor de tu paso
que arrasa carne, deseo y miedo.
Nada sustituye las palabras,
nada llena la lujuria
que domina mis sentidos,
si mi boca no se hunde
para beber del manantial
que me aguarda bajo tu cintura.

Tus manos.

Tus manos.
Carnales,
tiernas,
llenas de vida.
Me llevan al éxtasis,
a un placer
único y definitivo.
Tus dedos,
mágicos instrumentos
que cincelan mi cuerpo,
me hacen ser lo que nunca fui...
Me conducen a las aguas turbias
que enardecen mi deseo.
Me llevan a ti.

Amarte hasta que no me quede vida.

Amarte hasta que no me quede vida,
hasta que abrazar tu cuerpo
arrastre mi deseo,
y ser capaz
de sobrevivir a la locura
de no poder alcanzarte.
Amarte hasta que el mundo se aleje,
hasta que me abrase el roce de tus caderas,
y que mi vientre en el tuyo
sea nuestro único eje.
Amarte hasta que el viento me lleve
a ese mundo que se esconde
tras la linea de tu cuerpo
como único horizonte.
Amarte y abrir todos los caminos
de regreso al liquido universo
que forman tu cuerpo y el mio.

Morir en tus labios.

Morir en tus labios.
Como muere el sol
resignado en el ocaso.
Acercarme y beber de tu piel,
comulgando en carnal ceremonia,
y llegar a ti
sin más que la sed de amarte
en mi memoria.
Tocarte y envenenarme,
dejar de ser yo en ese instante
en que mis manos te acarician
y te aprendo para no olvidarte.

Tiempos

Tiempos difíciles,
vendavales, turbulencias,
escasos momentos de paz
que devoramos con urgencia.
Tiempos duros,
perder un minuto es morir un poco,
me abro en cuerpo y alma,
derribo todos los muros
que impiden que seamos uno,
que reconozcamos nuestros trozos.
Tiempos soñados,
que nunca serán de calma,
amando con urgencia
arañando pieles, bordando caricias,
mis manos midiendo tus nalgas.
Tiempos breves que nos llevan al cielo,
que nos hacen libres,
que bebemos de golpe,
resaca de carne, de fluidos, de deseo.

Veneno

Veneno.
Se estrecha el cerco,
muere la realidad que me envuelve,
me arrollan los sueños.
El deseo me atrapa,
te acercas,
libro abierto bajo tu cuerpo...
universo desbocado,
carne ardiendo.
Veneno.
Mi lecho convertido en ruinas,
caballos desbocados
donde antes hubo corazones,
mis noches entre tus piernas
alimentando todas mis perversiones.
Veneno,
presa de una lujuria desmedida,
prisión que libera,
para morir cada noche
envenenada en tu ausencia.

Hasta que decidas regresar.

Hasta que decidas regresar,
el mundo resbalará perezoso
por el mapa roto de mi espalda.
Me sumergeré en aguas estancadas,
aboliré la esclavitud de vivir
atada al frío cabezal de tu cama.
No recorreré más camino
que el dolor escondido en mis recodos,
mi piel morirá sin las cadenas rotas de tu ausencia
y no amaré acariciando otro despertar.
Hasta que decidas regresar.

Acerca de ti

Acerca de ti,
tierra húmeda de espacios infinitos,
de fronteras abiertas y deseos escondidos.
Acerca de mi piel que te extraña,
de ese volcar tu hambre con torrencial furia,
en los pliegues de mi espalda.
De esa locura
en la que me sume tu ausencia,
de mis labios que te llaman,
de romperme en mil pedazos
cuando mi recuerdo sale a tu encuentro.
De tu lengua que me quema,
en una insufrible condena.
Acerca de ese mirar sin verte,
de ese pasado que me llevó a ti,
del calor de tu pecho como presente,
de ese mañana sin más sentido,
de nuestros dedos trazando nuevos caminos.

Acortando la distancia

Acortando la distancia
que me acerca hasta tus besos,
que me lleva, paso a paso,
al principio y fin de mis deseos.

Alcanzando altura,
deshaciendo con tus dedos  las costuras de mis medias,
dibujando con tu lengua en mi cintura,
la armonía entre el hambre y los instintos.

Arrastrando  tu carne
más allá de mis  arenas movedizas,
esperando impaciente tu llegada
en las sinuosas curvas de mis piernas.

Labios

Carne de tu carne.
Labios
que te recorren incansables,
que devoran, hambrientos,
aquello que siempre soñé amar
y que fuera de tu piel no encuentro.
Labios
que se convierten en agua,
que te inundan,
que te abrasan,
que te hacen llegar hasta el cielo,
agotado de deseo,
sin abandonar mi lecho.

Mar ...

Mar en calma.
Tu recuerdo,
azote en mi piel quemada,
sacudida de deseo en mi alma.
Mar en el que me hundo,
al no poder hacerlo en tu pecho,
dolor fecundo
del que nacen los miedos.
Palabras vacías,
madrugadas desiertas,
mi cuerpo se diluye en húmeda espera.
Mar abierto
lejos de tus labios,
sin nada más cierto
que no poderte amar,
el más cruel de mis tormentos.

Llueve

Llueve.
Mi cuerpo desnudo,
empapada mi alma,
y convertidos mis deseos en muros.
Llueve.
Me inunda ese aroma
en que tus caricias se reflejan
se hace recuerdo,
me desborda y se aleja.
Llueve
para condenarme a la pena
de revivir tu calor en mis pliegues
deshaciendo costuras,
llenando mis grietas
con ese sabor que hoy amarga,
y que ayer me llenó de dulzura.

Whisky

En un hotel sin nombre,
whisky con etiqueta,
noche larga, casi eterna,
espeso silencio,
agónica espera.
Sucumbo entre cuatro paredes
a nombres, promesas,
antiguos amantes,
romances envueltos en  niebla.
Vacía de espacio, tiempo y memoria,
pongo punto final a esta historia
amarga y dolorosa,
como un trago en ayunas.
Breve y amarga
como en las noches de fuego,
el brillar de la luna.
Deshecha y anegada en deseo,
como esas noches
en las que nunca fui tuya.