Creciste en mis manos,
cobrando vida mientras te escurrías entre mis dedos,
susurré a tu oído todos mis pecados
y, como los besos que desnudan el alma,
fuiste eterno.
Dormiste bajo mi piel y te amé
hecho caricias, rozando silencios.
Te cobijé, convertido en sal,
bajo mis sábanas blancas,
mientras tu aroma inundaba mi espalda y mi madrugada.
Dibujaste estrellas de fuego sobre mi pecho
que murieron tras ser canción, silencio y versos.
Atravesaste todos mis espejos
y a tu lado abandoné lluvias, soledad e invierno.
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