Me acostumbré
a tener siempre tiempo para amarte,
a tu mirada como espejo,
a no vestirme si no de ti,
de la seda de tus anhelos.
Me acostumbré
a secar mi piel a tu aire,
a enredarme en los cordones de tus labios,
a abrirme a ti con los ojos vendados,
a vaciar con mi lengua
la copa de tu piel bebida de un sólo trago.
Me acostumbré a morir por tu deseo envenenada,
pero sobreviví a mi locura
y ya no te vi más,
sólo contemplé mi cordura.
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