domingo, 7 de octubre de 2012

TACTO

Hundo las manos en tu pelo.

Mientras abarco un mechón entre mis dedos dejo reposar tu cabeza en mi pecho, antes de depositar un beso en tu frente, dibujo tu rostro con la yema de mis dedos. A tientas. Con pequeños roces, acierto a construirlo: pequeño, con unas cejas que refuerzan la serenidad de unos ojos, una nariz respingona, que corona las líneas de unos labios carnosos. Todo ello, envuelto en una piel tan suave que regala placidez. 
  
Me acerco a tu cuello y me deslizo, con urgencia, no sin antes regresar a las curvas de tus orejas, para hundirme en ellas.
 
Descanso, un instante, en tus hombros. Suaves y desnudos, ligeramente fríos. Reanudo el viaje hasta llegar a tus pechos. Grandes para abarcarlos con mis manos. Inmensos cuando los regalo a unos dedos que se deleitan en el recorrido de una turgencia que se vuelve firmeza al releerlos, enfebrecido. Cobijo tus pezones, sin apenas tocarlos, entre mis dedos índice y pulgar. Los recorro, una y otra vez hasta que renacen, libres y majestuosos, tras mis caricias.
Me asomo al balcón de tu cintura y me adormezco sobre ella unos instantes, para anidar en tu ombligo, antesala del regalo que tu cuerpo alberga, más allá de tus piernas. Me estremezco al entrar en ti, primero con mis dedos, tan acostumbrados a tus paredes de carne. Sueño con el momento en el que, abierta de deseo, albergues mi cuerpo entero, reducido a esa parte de mí que te hace sentirme dentro, la misma parte de mí que me convierte en tu esclavo. No necesito más de ti en mis manos. Tu cuerpo resbala entre mis dedos, ahora, para vivir, habré de atravesar tu piel para volver a ser nosotros.

Te mueves, ayudada por mis manos, que te estrechan para evitar que de desvanezcas. Te balanceas al compás de mi deseo de llenarte hasta la próxima vez que te ame. Profundizo en tus paredes, que me obligan a emerger a medida que te siento mía. Vuelvo a acariciar tu pelo mientras te beso, para añadir más carne a la realidad de tocarte con todos los sentidos. Vuelvo a medir tus pechos que, como piedras, susurran el deseo que tienes de amarme. Por unos segundos que, como cada vez que sucede, serán inolvidables, se abre mi cuerpo para llegar a ti, aunque no exista camino de regreso.
 
Los primeros rayos del sol entran por la ventana. Con delicadeza, abandono el lecho, mientras te dirijo una mirada llena de ternura. Al regresar, mientras la bañera se llena y consumo un café recién hecho, te recojo, en una ceremonia que se repite casi cada noche. Te doblo con cuidado mientras expulsas las últimas bocanadas de aire.
Sonrío al recordar que llevas a mi lado demasiado tiempo como para considerarte un simple trozo de plástico.

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