Mentalmente repasa el guión que le acercará al hombre que lleva vigilando más de un mes. Treinta días, uno detrás de otro, para saber hasta el mínimo detalle de alguien a quien, en circunstancias normales, jamás habría conocido.
Desde la esquina de la barra, él hace rato que la sigue con la mirada. Su melena castaña trenzada de forma desordenada, su ropa negra totalmente ceñida y unos tacones excesivamente altos la hacen merecedora de cualquier mirada masculina, sobre todo solitaria. Cuando se acerca, ella se convierte en una mujer irascible, dolida por una cita suspendida sin previo aviso y, a pesar de que su realidad es la de una mujer obligadamente sola, la impostura resulta creíble. Hablan, beben y se divierten y, a través de pequeños detalles, ella confirma que no se equivoca de persona. Antes de abandonar el local en busca de tranquilidad, ella se refugia en el lavabo con el tiempo justo para vomitar y, posteriormente, borrar cualquier resquicio de náusea, maquillándose de nuevo.
El paseo dura menos de media hora, primero en coche y más tarde a pie, y finaliza en la playa, junto al espigón, zona a la que se accede tras abrir la valla que prohíbe el paso. La claridad de la noche les refleja junto al mar, él detrás de ella, abrazándola por la cintura mientras le besa el cuello. Ante esa sensación, que le anuda el estómago, recuerda que no le queda nada que vomitar, y se ve a sí misma hace seis meses, reprimiendo el mismo asco, soportando el peso árido del paso del tiempo que la acerca a la venganza, vendiéndose en cuerpo y alma para conocer un nombre: el del hombre que ahora la abraza con fuerza.
En ese momento ella se acerca a su oído y, casi susurrando, le repite el nombre de alguien que ninguno de los dos olvidará. Ella porque es el hombre que ama, él porque es a quien delató, junto a los otros miembros de su banda a los que la policía seguía la pista, tras seis atracos, sin obtener ningún resultado. Él no es capaz de reaccionar, el alcohol ralentiza sus reflejos, y su intento de levantarse y huir se transforma en una cómica escapada hacia el borde del espigón. En ese momento ella no tiene más que empujarlo con todas sus fuerzas hacia el lugar donde el mar rompe con más fuerza.
Se viste con rapidez, y echa a andar sin importarle lo que deja tras de sí. Mientras recorre la ciudad, aprovecha para abandonar discretamente la peluca y parte del atuendo utilizado la noche anterior.
A casi cien kilómetros de ella, el reparto de correo en el centro es, como siempre, puntual. Una vez en la celda, el interno abre el sobre con el mismo nerviosismo cada vez que recibe una carta de la mujer que ama. En su interior, un folio con sólo unas palabras: “Cuando recibas esta carta, te habré hecho un poco más libre.”
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