jueves, 6 de septiembre de 2012

OLFATO

Abre el armario una vez más. En su interior, las perchas vacías le escupen una realidad que, en su desesperación, se le antoja una pesadilla. Hace apenas una semana que desapareció, dejando una nota. Unas palabras que ni tan siquiera evidenciaban algún agradecimiento, mucho menos algo de respeto o cariño. Como si sus seis años de convivencia mereciesen el trato frío que se le da a un cliente.
Repasa con sus manos el interior del armario hasta que los restos del abandono le obligan a cerrar sus puertas. Echada sobre la cama, se refugia en lo que fue su vida. Se deja caer en el abismo de su pasado compartido con aquel hombre al que quiso tanto. Nunca le faltó de nada a su lado. Una vida, si no lujosa, sí salpicada con cualquier capricho. Primero fueron los fines de semana antiestrés, más tarde aquel pequeño barco que les ayudaba a evadirse de la tensión diaria. Pero ahí acababa todo. Los bienes que compartían era lo único que los mantuvo unidos durante más tiempo del que ambos imaginaron.
 
 
De aquellos días hace tiempo que él se negó a darle nada. Ni el más mínimo afecto, ni tan siquiera la consideración que a él le hubiese impedido engañarla públicamente con su socia. Fue entonces cuando empezó a echar de menos todo aquello que hasta ese momento nunca valoró. Incluido su cuerpo.
Ahora, sola, necesita refugiarse en lo único que le queda de él. El aroma que delata su paso por aquella vida y que inunda las sábanas de su lecho. Por eso se abraza a la almohada con fuerza, para evitar perderlo por completo. Respira una y otra vez, al mismo tiempo que se pregunta si amará a la otra de la misma forma que la amó a ella. Si la sorprenderá cada madrugada para desnudarla, aún dormida. Si necesitará acariciar con brevedad sus pechos antes de abarcarlos con la boca. Si beberá de esa carne con olor a fruta. Si le permitirá respirar el calor que se oculta entre sus piernas. Si se quedará dormido a su lado mientras ella recoge con su lengua los líquidos que satinan su piel. Si como a ella ahora, le perseguirá ese aroma que acentúa más, si cabe, su ausencia.
Se abraza a la almohada. La aprieta contra sí con fuerza. Respira profundamente y ese pedazo de aire materializa, por un instante, la presencia de aquel cuerpo que ya no está. Un cosquilleo que nace de su vientre se extiende por todo su cuerpo en forma de suspiro. Hunde su rostro de nuevo en la almohada. Esta vez, al mismo tiempo que respira, recuerda la nota que dejó sobre la cama. "Me voy. Si algún día te amé, ya no te amo." Justo en ese momento, dos lágrimas resbalan por sus mejillas.

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