jueves, 14 de junio de 2012

VISTA



En la habitación blanca, tomas relieve. Serena y firme, ocultas las curvas prometedoras de tu cuerpo, mientras un sombrero de ala negra, que esconde tu cabello, te da un cierto aire de misterio. Desde el sillón que adorna uno de los rincones, llega a ti, a través de mi mirada y del cuerpo de un extraño, el deseo inagotable de amarte.
Te sitúas frente a él, junto a la cama. Con suavidad, desabrochas, uno a uno, los botones de tu gabardina y la dejas caer, ayudada por unas manos que han dejado tus hombros al descubierto. Le besas con suavidad, mientras él, lentamente, rompe la firmeza de tu cuerpo que se diluye, envuelto en lencería también negra, sobre las sábanas de raso gris. En el momento en que el sombrero descubre tu melena rojiza acariciando tus hombros, mi cuerpo reacciona de una forma involuntaria.
Con movimientos precisos, unas manos cubren tu rostro, apenas maquillado, con un antifaz. Veo cómo sus manos te desnudan por completo, sin apenas rozarte. Tu cuerpo, a pesar de no serlo, se me antoja perfecto. Abarco cada uno de sus pliegues con mi mirada y me recreo en ellos. Reconozco, poco a poco cada rincón de tu piel y disfruto viendo cómo los acarician otras manos. Es mi forma de amarte. Mi mirada se clava en unos pechos perfectamente adaptados a los labios que los recorren, incansables, una y otra vez; lentamente. Nada es tan dulce como tu piel a través de mi mirada; los besos que desmadejan tu carne, poco a poco; las caricias sobre tu espalda, que se mece sobre esas caderas que abrazas entre tus piernas; el olor de tu piel, que con el paso de los minutos, pierde su aroma con el roce, cada vez más rápido, de vuestros cuerpos.
Mis ojos se recrean en esos movimientos, que crecen al compás de unos alientos que se desbocan, y de un silencio que deja paso a unos gemidos entrecortados. Los cierro por un instante, el tiempo necesario para permitir que el placer de mirarte se extienda, más allá de mi piel, más allá de cualquier placer razonable. Vuelvo a abrirlos y te veo, ya rendida, sobre la cama del hotel. Mientras el joven se incorpora y recoge el dinero que previamente dejé para él en un sobre, me limpio con un pañuelo de papel. Antes de levantarme del sillón, vuelvo a mirar tu cuerpo que, en su carnal perfección, y con el antifaz cubriendo su rostro, descansa sobre las sábanas de raso gris.

No hay comentarios:

Publicar un comentario