miércoles, 18 de abril de 2012

NIP*

De forma inconsciente se desentiende de todo lo que le rodea.
En ese momento, nada de lo que sucede tiene para él importancia: ni la reforma laboral que ha echado a miles de personas a la calle, ni las anteriores protestas de los estudiantes por el frío que entra, desafiante, a través de algunas ventanas de los Institutos, cerradas con cartones.
Nada merece su atención. Desbordados sus pensamientos con el recuerdo de aquellos ojos negros. La imagen se le antoja inevitable, obligándole a situarse en un plano tan alejado que se pierde en la inmensidad de la calle, entre la multitud que, increpante, le rodea. En ese rápido viajar por las heridas de su memoria, el regalo de aquel cuerpo adolescente, desnudo y sin ataduras, toma relieve con sus nuevos detalles, hasta acariciar las curvas que le conducen a toda velocidad al deseo de volver a tenerla entre sus brazos.
Se somete, silencioso y distante, a una realidad que le deja vencido y le aleja de una vida que creyó eterna durante seis semanas.   
Seis semanas. Cuarenta y dos días en los que el único rayo de sol que le iluminaba fue el de esa piel, bañada en el agua espesa de sus besos. Cuarenta y dos días en los que, a pesar de sus 38 años, volvió a la adolescencia de la mano de un amor libre, desprovisto de todo menos del ansia de amarla una y otra vez, sin tener nunca suficiente. Todas las imágenes acuden  a su día a día de forma involuntaria; se superponen unas a otras para herirle, para desorientarle. En permanente ausencia fuera de todo lo que no suponga su recuerdo, demasiado vivo para merecer ese nombre.
La lucha que mantiene ahora es, como siempre, contra sí mismo.
Primero fue el miedo a enamorarse de una adolescente de cuya primera imagen recuerda una carpeta llena de fotos, y un pantalón que dejaba ver, insolente, su ropa interior. Después, el primer beso, el deseo vencido, el amor carnal y ese cuerpo en sus manos. Ese cuerpo, nunca su alma. Porque, sin saberlo, nunca le perteneció. Ella siempre esperó, silenciosa y esperanzada, la versión moderna y marginal de otro amor definitivo que, con su presencia, arrasase con lo que hasta ese momento era su vida.
Su llegada le redujo a la nada. A lo que siempre había sido: un hombre gris, incapaz de satisfacer a cualquiera y encerrado bajo un uniforme, lo único que le daba valor.
En un gesto casi automático, acaricia el trozo de fieltro que, sobre su pecho, le identifica a través de un número profesional. Se asegura de que no lo tiene. Mira en todas direcciones y encuentra, de inmediato, un joven que le recuerda su propia miseria, el asco en que le ha sumido su propia impotencia para conservar lo único que merecía la pena en su vida.
Ajusta su visera al mismo tiempo que abre las piernas para no perder el equilibrio. Apunta y dispara. Observa cómo la gente rodea, nerviosa, al joven, que cae desplomado.
En su interior un pinchazo de placer golpea su vientre. Apunta de nuevo y dispara aleatoriamente, en otra dirección. El placer va en aumento, pero por un instante es consciente de que no disminuye el asco que siente hacia sí mismo.



                                       (yfrog.com/moiphoaj)
* Número de Identificación Personal




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